Información y fotos por Silver Juárez Arce

El pan de muerto comenzó a esparcir su aroma de dulce canela y masa recién horneada en el ambiente de nuestra ciudad, llenando el olfato de los caminantes a quienes seduce a paladear la rica hogaza.

Las calles aledañas a los cementerios se inundad de ocres y penetrantes olores que se entremezclan entre dulzura y aromas florales típicos de la temporada festiva.

El pan de muerto es el gran protagonista que no puede faltar durante la Feria del Hueso, y en la Plaza de Armas se colocaron «panaderías ambulantes» que elaboran esta delicia.

El Día de Muertos es uno de los mayores exponentes del mestizaje hispano-indígena. El trigo y la cultura panadera fueron introducidos en América por los españoles, por lo que no es raro ver que muchos panes clásicos mexicanos, como la semita, el pan bazo o la telera, tienen sus respectivos homólogos en España.

Por su parte, el pan de muertos tiene su origen en el pan de ánima, ​ un producto con carácter votivo que antiguamente se preparaba por Todos los Santos y Fieles Difuntos en zonas de Castilla, Portugal, Aragón y Sicilia (entre otros lugares) para honrar a los seres queridos fallecidos.

Los feligreses acudían anualmente al cementerio y daban pan, vino y flores a las sepulturas.

El pan era bendecido por el párroco local, por lo que además se conocía como «pan bendecido».

Durante el Virreinato de Nueva España, el pan de ánimas era utilizado por los españoles como ofrenda para sus muertos, y fue asimilado por los indígenas por sus creencias prehispánicas.

En un principio, los panes en México eran masas burdas y poco elaboradas, pero con el tiempo, el país afianzó su tradición panadera haciendo piezas cada vez más refinadas.16​ En ciertos estados mexicanos, como Puebla o Tlaxcala (ambos de marcada influencia española), a veces se le conoce también como «pan de ánimas».

Un mito muy repetido explica que el pan de muertos mexicano se remonta a la costumbre prehispánica de los sacrificios humanos: «Una doncella era ofrecida a los dioses, y depositaban en una olla con amaranto el corazón aun latiendo, lo tenían que morder en símbolo de agradecimiento».

Cuenta la leyenda que los conquistadores, disgustados con la práctica caníbal, forzaron a los indios a sustituir el corazón por un amable panecito dulce.

Aunque este origen no es cierto, sirve para interpretar el significado «ritual» del pan de muerto, pues es una alegoría de la persona difunta: la forma circular simboliza el ciclo de la vida y la muerte; la bolita de masa en el centro es el cráneo, así como la decoración que representa los huesos, dispuestas simbólicamente en forma de cruz.

Así pues, el pan pasa a encarnar al propio muerto. En palabras de José Luis Curiel: «Comer muertos es para el mexicano un verdadero placer, se considera la antropofagia de pan y azúcar. El fenómeno se asimila con respeto e ironía, se desafía a la muerte, se burlan de ella comiéndola».​

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