Durante la Segunda Guerra Mundial, los perros militares fueron esenciales en el campo de batalla, no solo en tareas de rescate o mensajería, sino también en brindar consuelo a los soldados. Smoky, una pequeña Yorkshire terrier, se convirtió en una presencia sanadora para los hombres heridos. Adoptada por el cabo Bill Wynne mientras estaba en Nueva Guinea, Smoky pasó a ser más que una mascota; fue una fuente de alegría y alivio para aquellos que sufrían en hospitales militares. Con su pequeño tamaño y travesuras, logró cambiar el ánimo de los soldados, llevándoles consuelo en tiempos difíciles.

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Smoky, con solo dos kilos de peso, fue llevada por Wynne a hospitales para visitar a los soldados heridos, donde rápidamente se ganó el cariño de todos. Su capacidad para hacer reír y distraer a los hombres fue tan poderosa que las enfermeras comenzaron a llevarla por las rondas de pacientes. Los trucos que Smoky aprendió, como simular la muerte o caminar por una cuerda floja, se convirtieron en un remedio para el estrés y la tristeza de los soldados. A medida que se extendía su fama, Smoky se convirtió en un símbolo de esperanza y sanación para muchos.

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La popularidad de Smoky no solo fue apreciada en el hospital, sino que se extendió a otros soldados y veteranos de guerra. Su impacto positivo fue tan grande que inspiró el uso de perros como terapia en hospitales militares. En 1947, después de la guerra, cientos de perros fueron donados por civiles y entrenados para visitar a los soldados en recuperación. Smoky, quien continuó su labor terapéutica hasta 1955, dejó un legado que perduró mucho después de su muerte, siendo recordada como una heroína silenciosa que ofreció lo más puro: amor y compañía.