Hoy se conmemoran 489 años de la ejecución de Ana Bolena, segunda esposa del rey Enrique VIII de Inglaterra y figura clave en la transformación religiosa y política del país. El 19 de mayo de 1536, Ana, entonces reina consorte, fue decapitada en la Torre de Londres bajo cargos de traición, adulterio e incesto, acusaciones que historiadores modernos consideran ampliamente fabricadas para facilitar su caída.

Ana Bolena, madre de la futura reina Isabel I, fue una figura revolucionaria en su época. Su matrimonio con Enrique VIII en 1533 desencadenó la ruptura de Inglaterra con la Iglesia católica y el surgimiento de la Iglesia anglicana, tras la negativa del papa a anular el primer matrimonio del monarca con Catalina de Aragón. Este cisma no solo alteró el curso religioso de la nación, sino que también consolidó el poder absoluto de la corona sobre las instituciones eclesiásticas.

La ejecución de Ana, ordenada por el propio Enrique VIII tras un juicio cuestionado, marcó un punto oscuro en la historia de la monarquía inglesa. Según registros históricos, la reina enfrentó su final con dignidad, declarando ante el cadalso: “Vine aquí para morir, no para acusar a nadie. Oro para que Dios salve al rey y lo permita reinar por mucho tiempo”. Su muerte abrió el camino para el tercer matrimonio del rey con Jane Seymour, quien le daría el ansiado heredero varón, Eduardo VI.

Hoy, Ana Bolena es recordada no solo como una víctima de las intrigas cortesanas, sino como un símbolo de resistencia y transformación. Su legado perdura en la cultura popular, la literatura y el arte, así como en los estudios históricos que reivindican su papel como pieza fundamental en la consolidación del protestantismo en Inglaterra. En el aniversario de su muerte, la Torre de Londres alberga una ceremonia conmemorativa, donde se depositan flores en la capilla de San Pedro ad Vincula, lugar de su entierro.