Sentir la necesidad de acariciar a un perro al cruzarlo por la calle, en un parque o incluso en casa ajena, no es una simple reacción impulsiva: tiene fundamentos psicológicos. Este gesto instintivo está relacionado con la forma en que establecemos conexiones emocionales y revela aspectos profundos de nuestra personalidad, como la empatía, la apertura y la necesidad de vínculos genuinos.

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Estudios basados en el modelo psicológico Big Five sugieren que quienes muestran mayor estabilidad emocional y organización tienden a generar lazos afectivos más sólidos con sus mascotas. Esto se traduce en una mayor disposición al contacto físico y a la interacción espontánea, lo que refleja a una persona abierta, empática y con habilidades sociales marcadas.

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Además, acariciar a un perro tiene beneficios inmediatos: aumenta la producción de oxitocina, reduce el estrés y fortalece el bienestar emocional. El vínculo con los perros, libre de juicios o condiciones, ofrece una conexión sincera y reconfortante. Así que si no puedes evitar acariciar a cada perro que se cruza en tu camino, probablemente estés buscando compañía, tranquilidad y un vínculo auténtico.