Con apenas 18 años, Lamine Yamal ha sido investido con la responsabilidad y simbolismo de portar el dorsal ’10’ del FC Barcelona, número históricamente reservado a leyendas como Lionel Messi, Ronaldinho o Diego Maradona. Este reconocimiento, lejos de ser meramente simbólico, coloca al joven futbolista en el centro de una atención mediática y social inusitada para alguien de su edad, lo que representa un reto tanto para el club como para su entorno más cercano.

Pese a su discurso sereno y confiado, en el que afirma que sabe separar su vida privada del compromiso con el club, en Barcelona hay inquietud. Dentro del equipo se reconoce que, aunque Lamine “hace bastante lo que quiere”, también se destaca su madurez al tener cierto control sobre su imagen y decisiones. Sin embargo, su entorno familiar no cuenta con la formación necesaria para gestionar el fenómeno que representa, y el control de su agente Jorge Mendes, limitado por la distancia, tampoco es absoluto.

Además, desde que Lamine abandonó la residencia de La Masia, el Barça ha perdido influencia directa sobre sus rutinas y comportamiento diario. Si bien existe una empresa que monitorea sus movimientos, el club se ve cada vez más imposibilitado para blindar a su joven figura del ruido exterior, una situación que se complica aún más en una era como la actual, marcada por la hiperconectividad y la presión constante.

Una encuesta reciente en radio reflejó las dudas en el entorno culé, al compararlo con carreras tan dispares como las de Messi, Ronaldinho, Maradona o incluso Figo. La mayoría lo asoció con un recorrido efímero, como el del brasileño. Esto, sin duda, revela una percepción que el propio jugador tendrá que desafiar en el tiempo, demostrando que su talento también puede ir de la mano con la estabilidad y la madurez necesarias para dejar huella en la historia del fútbol.