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Ni el tiempo ni la edad los detienen: el pulso diario de los adultos mayores que aún trabajan en Chihuahua

Nota y fotos por: Silver Juárez Arce

En las calles del centro de Chihuahua, el trabajo no tiene edad. Mientras la ciudad despierta, dos historias de resistencia y rutina se entrelazan: la de Esteban Benavidez, bolero de 71 años, y Pascual Carvajal Blanca, vendedor de cacahuates de 65.

Esteban, con sus manos expertas, sigue boleando zapatos en la esquina de Segunda y Libertad. “Mientras Dios me dé licencia, aquí estamos”, responde cuando se le pregunta por qué continúa trabajando. No es por necesidad económica, asegura, sino porque “no puede estar uno dioquis”. Su oficio, heredado de generaciones pasadas, es también su terapia: el movimiento constante, el trato con la gente, el sonido del cepillo contra el cuero mientras un cliente ve como deja sus zapatos brillando.

A unas cuadras, Pascual Carvajal Blanca ofrece cacahuates chinos y dulces en una pequeña charola. Su historia es distinta: antes vendía paletas, pero un mal negocio lo dejó sin inventario y con deudas. “Un señor no me dejó vender las paletas que me entregó, y se derritieron todas”, recuerda. Ahora, con su pensión del gobierno —“la de Obrador”— y lo que gana en la calle, logra salir adelante. “Para este mes ya me dan mi pensión, pero como no tengo dinero ahorita, me pongo a vender cacahuatitos”, explica. Soltero y sin hijos, Pascual no depende de nadie más que de sí mismo. “Es para salir adelante, sí”, admite, mientras espera sentado en una banca a que mas personas pasen por la zona.

Ambos son parte de un fenómeno que trasciende Chihuahua: en México, cuatro de cada diez personas mayores de 60 años siguen activas económicamente, ya sea por necesidad, por costumbre o porque el trabajo les da propósito. Según datos recientes, más de la mitad de los hombres en este rango de edad continúan laborando, muchos en la informalidad, donde las pensiones son insuficientes o inexistentes. El envejecimiento de la población y la falta de seguridad social obligan a miles a mantenerse en movimiento, literal y metafóricamente, para no quedarse atrás.

Esteban y Pascual no son excepciones, sino ejemplos de una realidad que se repite en plazas, mercados y esquinas: la vejez en México no siempre significa descanso. A veces, significa seguir adelante, un día a la vez, con lo que se tiene y lo que se puede ofrecer. Mientras tanto, la ciudad sigue su ritmo, ajena a las historias que se escriben entre el brillo de un zapato y el crujir de un cacahuate.