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Fracaso de Boca y River en el Mundial de Clubes: El fútbol argentino se enfrenta a su realidad

Boca Juniors y River Plate, los dos clubes más emblemáticos de Argentina, fueron protagonistas de un duro golpe de realidad en el Mundial de Clubes celebrado en Estados Unidos. Lejos de demostrar la supuesta superioridad que muchos les atribuyen, ambos equipos quedaron eliminados en la fase de grupos, expuestos no sólo por rivales de mayor nivel, sino incluso por equipos semiprofesionales, dejando en evidencia el estancamiento del fútbol argentino.

El caso de Boca Juniors fue paradigmático: tras un digno empate contra el poderoso Bayern Múnich, no pudo sostener el nivel y terminó igualando con un modesto club de Nueva Zelanda, convirtiéndose en blanco de burlas internacionales. River Plate, por su parte, no se quedó atrás y ofreció una imagen similar, con actuaciones opacas y sin ideas que frustraron las expectativas de sus hinchas.

La Liga Argentina hace tiempo dejó de ser competitiva. Con canchas deterioradas, escasa infraestructura y un fútbol de contacto sin propuesta técnica, su nivel se sostiene únicamente por la exportación precoz de talento. Casos como los de Franco Mastantuono al Real Madrid, Claudio Echeverri al Manchester City o Julián Álvarez son solo reflejo de una industria que depende de vender promesas antes de que se consoliden.

La desconexión entre la liga local y la selección argentina, compuesta casi en su totalidad por futbolistas europeos, es evidente. Incluso Lionel Messi decidió cerrar su carrera en Estados Unidos, marcando distancia del torneo doméstico. Ni Boca ni River son ajenos a este fenómeno: su competitividad internacional se ha vuelto intermitente, y su autoestima basada en glorias pasadas ya no alcanza para disimular las carencias actuales.

La soberbia institucional, alimentada por hinchadas apasionadas que minimizan a cualquier rival, quedó desnuda cuando ambos clubes fueron superados por planteles integrados por jugadores amateurs: dentistas, profesores, corredores de seguros. Un baño de humildad que dejó al descubierto el espejismo que aún envuelve al fútbol argentino y sus dos máximos representantes.