El regreso de Fernando Gago al fútbol mexicano como nuevo técnico de Necaxa ha generado polémica por el contexto en que se da su reincorporación. Tras abandonar a Chivas en medio del torneo, ocultando sus verdaderas intenciones tanto a jugadores como directivos, ahora vuelve con un discurso renovado, pero cargado de contradicciones. Su partida del Rebaño, según se ha confirmado, fue financiada junto a su promotor Christian Bragarnik, con la intención de llegar a Boca Juniors, movimiento que no fructificó.

Gago llega a los Rayos con un salario menor al que percibía en Guadalajara, y con un perfil que, aunque futbolísticamente puede aportar, representa una grieta en la ya deteriorada ética de la Liga MX. A pesar de su abrupta salida y del malestar interno que dejó, enfrentará a Chivas en un amistoso el 5 de julio en Aguascalientes como si nada hubiese ocurrido. La dirigencia necaxista lo respalda, ignorando el conflicto moral y priorizando la imagen mediática y el rendimiento en cancha.

En contraste, Guillermo Almada permanece sin equipo, a pesar de su comprobada capacidad para construir proyectos exitosos y competitivos. Su salida de Pachuca, tras un motín interno por parte del plantel, lo dejó fuera del radar, y aunque fue mencionado como opción en clubes como Chivas, Cruz Azul o Tigres, las puertas se le han cerrado. Lo mismo ocurre con Vicente Sánchez, despedido por Cruz Azul pese a superar en resultados a su antecesor, Martín Anselmi, y haber entregado un título de Concachampions.

El fútbol mexicano vuelve a exhibir sus prioridades: se premia el discurso conveniente y las alianzas de representación por encima del trabajo sostenido. Mientras Gago asume el mando en Necaxa con total impunidad, técnicos como Almada y Sánchez deben conformarse con mirar desde fuera, esperando que, como ocurre cada torneo, llegue pronto la inevitable rotación de banquillos.