En la columna de este martes Román Revueltas Rétese, en el diario milenio hace este análisis.
Joe Biden en el reciente debate presidencial –convocado por su gente, además, como para poner las cosas en su lugar (o, mejor dicho, para dejar bien asentada ante los votantes la bajeza de Donald Trump)—, el aparato del Partido Demócrata y el propio presidente de Estados Unidos se emperran en que siga en la batalla y que se abstenga de abandonar graciosa y elegantemente el escenario para cederle su papel estelar a otro aspirante.

Ninguno de los santones del aparato partidista insinúa siquiera que el candidato deba ser relevado –no digamos ya por alguien más joven– sino por un pretendiente más peleón y mejor plantado.

No se trata, estimados lectores, de descalificar a un presidente que ha hecho excepcionalmente bien su tarea y que se ha dedicado, entre otros temas, a reparar los desatinos perpetrados por su antecesor.

Es un buen tipo, de los pies a la cabeza, un hombre decente y muy capaz. Tampoco la edad que tiene, en sí misma, debería de ser un factor para desestimar sus facultades: finalmente, The Donald es apenas dos años menor, o poco más.

El asunto es el propio desempeño de un individuo que parece confundido, desarticulado y débil y que, en este sentido, vendría a confirmar la especie que propalan sus adversarios de que ya no está en condiciones de desempeñar bien sus funciones en el cargo.

No sabemos realmente lo que pasa con el primer mandatario de la nación estadounidense y la información sobre el verdadero estado de sus facultades cognitivas no será, muy seguramente, expuesta por los médicos de la Casa Blanca, a pesar de las normas que obligan a la transparencia en un país ejemplarmente democrático.

La familia lo apoya y él mismo pretende tener los arrestos para continuar peleando. Pero, justamente, el gran tema es que están predominando, por encima de los intereses generales (estamos hablando de evitar el advenimiento de un sujeto, de nombre Donald Trump, que amenaza directamente el orden mundial y la inmanencia misma de la democracia en nuestro vecino país), los provechos de una organización y los designios de una persona, una sola, que se resiste a reconocer su debilidad.
Una vez más, constatamos la razón por la cual los partidos y los políticos, ensimismados en sus provechos, se han ganado el rechazo ciudadano.