Rafael Soto


El martes 11 de septiembre de 2001, estaba ejercitándome en la caminadora. Veía las noticias por televisión. Apareció Dulce María Sauri, presidenta del PRI defendiendo a su correligionario Mario Villanueva, ex gobernador de Quintana Roo, detenido el pasado 25 de mayo acusado de ser cómplice de narcotraficantes. Villanueva había fungido como gobernador de su estado de 1993 a 1999.

Específicamente perdía inmunidad el cinco de abril del 99. Dos días antes desapareció y no estuvo presente en la toma de posesión del nuevo mandatario. Me cansaron esos argumentos tan débiles de la señora Sauri y cambié de canal. Y oh, sorpresa, estaban transmitiendo en vivo el incendio en la torre norte del Worl Trade Center de Nueva York.

En principio informaron que se trataba de fuego provocado quién sabe por qué. Pasaron los minutos, confirmaron que un avión –no se sabían sus características- “se había estrellado contra el edificio” no sabían su tamaño ni particularidades. Un comentarista preguntó “¿acaso la torre de control de uno de los aeropuertos de Nueva York se había desorientado tanto como para dirigir la nave hasta el edificio?” Nadie sabía qué pasaba.

En vivo y en directo, vimos como otro avión se estrelló contra la torre sur. Ese suceso fue tan rápido que alguien pensó era simplemente otra explosión. Pero no, era otro avión. Lo vi y no podía asimilarlo.


En el camino a la oficina, me enteré de los acontecimientos por la radio. Ya en mi destino encendimos una televisión y nos arremolinamos para constatar el color de la tragedia. Luego informaron de que otro aparato se había estrellado en el Pentágono. Ninguno podíamos creer lo que sucedía. Era inverosímil. Nadie hablaba. No opinábamos porque no sabíamos qué decir. Después supimos del vuelo 93 de United Airlines. Estábamos estupefactos, mundos de pensamiento. No teníamos qué decir.

Las noticias eran confusas, contradictorias, absurdas unas, inverosímiles otras. Después supimos que más de tres mil personas completamente inocentes murieron ese día. Y ese once de septiembre siempre vivirá en nuestras mentes. Cuando conocí –en 2002- los restos de la llamada Zona Cero, pensé que lo ocurrido había sido solo una pesadilla.

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