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Una nueva geopolítica aérea: el corredor Yucatán–Cuba–Rusia y el repliegue estadounidense

Mientras Estados Unidos refuerza su política migratoria bajo el liderazgo de Donald Trump, Rusia fortalece su presencia en América Latina mediante un ambicioso corredor aéreo que une Moscú con La Habana y, eventualmente, con Yucatán. Esta iniciativa plantea interrogantes estratégicos para México y el equilibrio geopolítico regional.

México en la encrucijada geopolítica

La reciente propuesta de un corredor Yucatán–Cuba–Rusia, impulsada por negociaciones diplomáticas entre Moscú y actores empresariales mexicanos, refleja un cambio de paradigma: América Latina no solo es observadora del tablero global, sino también espacio de disputa entre grandes potencias. Mientras Washington levanta muros, el Kremlin extiende puentes.

Este proyecto, que contempla una conexión aérea regular entre Mérida, La Habana y Moscú, responde a varios intereses simultáneos:

Logística comercial: facilitar la circulación de bienes rusos en el Caribe y el Golfo de México.

Turismo estratégico: captar visitantes rusos hacia destinos mexicanos y caribeños.

Presencia simbólica: reforzar la narrativa multipolar ante el aislamiento promovido desde Washington.

La estrategia de Trump: cerrar para controlar

En contraste, la administración Trump ha redoblado sus políticas de contención. Entre las más notables:

La reactivación del programa “Quédate en México” (Remain in Mexico), que externaliza la crisis migratoria hacia el sur.

La eliminación del estatus de protección temporal a miles de migrantes centroamericanos.

La militarización de zonas clave de la frontera sur.

Estas decisiones, aunque alineadas con una narrativa de “seguridad nacional”, han deteriorado las relaciones con países como México, obligándolos a buscar nuevos socios que no impongan condiciones unilaterales.

Rusia y su nueva Doctrina Monroe al revés

Con este corredor, Rusia no solo busca influencia económica. Está desplegando una estrategia que algunos analistas ya denominan la Doctrina Moscú: establecer nodos de cooperación diplomática, energética y tecnológica en América Latina, como contrapeso a la hegemonía occidental.

Las cifras avalan esta ambición: según datos oficiales, la inversión rusa en México creció de 2.8 millones de USD en 2022 a 86.4 millones en 2024. Proyectos en energía, transporte y telecomunicaciones están en marcha, particularmente en estados del sureste.

¿Y México? ¿Oportunidad o trampa diplomática?

La postura mexicana aún no es explícita, pero funcionarios de Yucatán y representantes del empresariado turístico han mostrado entusiasmo. No obstante, analistas advierten sobre riesgos:

Sanciones secundarias: una mayor cercanía con Rusia podría implicar sanciones estadounidenses en sectores clave.

Instrumentalización diplomática: México corre el riesgo de convertirse en ficha geopolítica más que en actor soberano.

Desbalance regional: la relación con Washington podría erosionarse aún más, afectando exportaciones y cooperación en seguridad.


El contraste entre una potencia que cierra y otra que conecta no puede ser más elocuente. México, ubicado en el corazón del continente y del debate, enfrenta una oportunidad cargada de consecuencias: redefinir sus alianzas y reclamar una voz propia en un orden global en transición.