Biografía breve de El Mil Amores.

Por: Enrique Cervantes.

Pedro Infante Cruz mejor conocido como Pedro Infante fue un actor cinematográfico y cantante mexicano. Nació en Mazatlán, Sinaloa, el 18 de Noviembre 1917, falleció el 15 de Abril de 1957 en Mérida, Yucatán en un trágico accidente aéreo.

Su muerte dejó un profundo dolor en el pueblo mexicano.

El protagonista de Tizoc y El Inocente entre muchos filmes que lo hicieron famoso en la década de los 40 tuvo una preparación musical desde la tierna infancia.

A edad muy temprana su familia se trasladó a Guamúchil, lugar donde adquirió algunas nociones de música y fue, en sus primeros años aprendiz de carpintero. Fue también miembro de un conjunto musical que actuaba en la localidad de Guasave.

En el año 1939, una emisora de radio local, la XEB, permitió a Pedro Infante iniciar modestamente su carrera como cantante hasta que, en 1943, consiguió grabar su primer disco, Mañana, cuyo relativo éxito fue el primero de su brillante carrera y supuso que su nombre comenzara a ser conocido por un gran público.

Intérprete especializado en el género de las rancheras, Pedro Infante llegó a grabar más de trescientas canciones que siguen gozando de gran popularidad en toda Latinoamérica.

Su muerte, en un accidente de aviación acaecido en las proximidades de Mérida (Yucatán) en 1957, provocó un dolor y una estupefacción semejantes a los que rodearon la desaparición de los míticos Rodolfo Valentino y Carlos Gardel.

Pedro Infante inició su carrera de actor en un papel prácticamente irrelevante, pero relacionado, como es lógico, a la actividad musical que comenzaba ya a hacerle famoso: fue contratado para reforzar la voz del protagonista Antonio Badú, en la película La feria de las flores (1943), en la melodía que dio título a la producción. La naturalidad y simpatía que impregnaban su trabajo de actor le supusieron un éxito inmediato, razón por la que comenzaron a lloverle las ofertas. Infante se convirtió así, muy pronto, en el galán y cantante favorito del cine nacional.

En el mismo año 1943, ya como protagonista y en una verdadera maratón cinematográfica, intervino en otras cuatro películas: Cuando habla el corazón, La Ametralladora, Mexicanos al grito de guerra, titulada también Historia del Himno Nacional (drama patriótico que hubo de vencer ciertas dificultades para ser exhibido) y Viva mi desgracia, comedia ranchera que gira en torno a un brebaje denominado «Animosa», capaz de transformar al tímido Infante en un bravucón desvergonzado, y que parece un reconocimiento del papel catártico que se atribuye al alcohol en buena parte de las producciones de cierto cine mexicano.

La biografía de Pedro Infante puede resumirse a partir de entonces en una serie ininterrumpida de películas ya como protagonista absoluto, que fueron creadas únicamente para el lucimiento personal de Pedro Infante y puestas al servicio de sus dotes musicales. Vale la pena mencionar, aunque sea tan sólo a título indicativo, Cuando lloran los valientes (1945), cuyo título parece un resumen de su personaje arquetípico; Soy charro de Rancho Grande y Nosotros los pobres, ambas estrenadas en 1947, y en las que Infante renueva su interpretación del emblemático personaje mexicano; Los tres huastecos y Ustedes los ricos, ambas de 1948; y El gavilán pollero (1950).

En 1951, siguiendo con su infernal ritmo de trabajo, interpretó A toda máquina, Ahí viene Martín Corona y El enamorado, a las que siguieron, en 1952, Dos tipos de cuidado y Pepe el Toro; dos películas más: Escuela de vagabundos y El mil amores, en 1954; El inocente, en 1955, y Tizoc y Escuela de rateros, en 1956. Aquel mismo año, 1956, obtuvo el Premio Ariel a la mejor actuación masculina por el drama (uno de los pocos que interpretó en su fugaz pero intensa carrera) La vida no vale nada. Tras su muerte, fue distinguida su participación en Tizoc con el Oso de Plata del Festival de Berlín (1957) y el Globo de Oro de Hollywood (1958).

Su interpretación de papeles en los que encarnaba varoniles y mujeriegos personajes de charro (hombre del campo, muy diestro en el manejo del caballo, que viste un traje especial compuesto de pantalones ajustados y chaquetilla, acompañado del característico sombrero ancho, de copa puntiaguda), así como su ejemplar personificación de las gentes humildes, siempre sencillas pero llenas de valor y a la vez que sentimentales y nobles, le valieron la aceptación del gran público, que lo convirtió en el símbolo por antonomasia de la mexicanidad.

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