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Tú serás… mi última mascota: Capítulo 2

Rafael Soto Baylón

“Cuanto más conozco a las personas más quiero a mi perro”
-Lord Byron

Nuestro primer perro es como nuestro primer amor: nunca se olvida. Habrá otros muchos más, pero vivirán siempre en nuestros corazones, en nuestra mente, en nuestro cariño, en nuestro respeto y se nos adhiere al alma. Yo no sé si mi perro llegaría a sentir amor por mí, pero yo por él sí, y mucho, muchísimo. Una decena de años fue mi mejor amigo. Él jamás, como ha ocurrido con personas, me traicionó.
Jugábamos juntos. Se escondía, lo encontraba. Era un perro lo que se llama perro le decía “ven pa´ acá, Clavel” y él venía para acá. Le decía “vete pa´ allá” y se iba pa´ alla. Le hablaba por teléfono y no contestaba. Primero porque teníamos el aparato, pero sin línea. Y en segunda porque nomás era perro. También jugábamos ajedrez, pero era muy malo, de cinco juegos yo le ganaba tres. Y era tramposo, se comía las fichas (literalmente hablando).
A pesar de mis tempranas lecturas –aunque a los seis años era yo aún analfabeta- pensé que mi perrito sería inmortal. Corrijo, ni siquiera pensaba en la posibilidad de que él me faltara un día. La rutina era preciosa: me iba a la escuela primaria acompañado por él: cuando salía me esperaba en la plaza y volvíamos a casa. Se guarecía en su casita de los fríos y las lluvias. Comíamos juntos mientras platicábamos y como buen perro con su mirada me hacía entender que comprendía lo que le decía.
Un día se cayó en una fosa séptica. No recuerdo de quién sería. Cuando llegué a casa después de jugar con los amigos del barrio mi papá estaba intentando rescatarlo con una soga. Pero solo sobresalía de él la cabeza. Lo vi y la angustia se apoderó de mí. Si lo atrapaba con la cuerda lo ahorcaría, me alejaron de ahí para que no viera tan triste escena. Me fui a mi cuarto, lloré, tendría yo unos diez años. Pero al alma me volvió al cuerpo cuando lo escuché ladrar. Mi papá lo estaba lavando con la manguera. Nunca supe cómo lo sacó de las manos de la muerte.

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Con el paso de los años me apasioné por la astronomía. Hoy sé que para que Clavel y yo nos encontráramos debieron pasaron muchísimas, una infinidad de acontecimientos. El big bang, después ocho mil millones de años para que la tierra se formara. Luego otros cinco mil millones de años para que se enfriara. La vida surgió hace unos 3.5 mil millones de años. En África, hace unos doscientos mil años surgieron los primeros humanos. Y según la ciencia, hace quince o treinta o cuarenta mil años los humanos y los lobos hicieron un pacto: nosotros te alimentamos y ustedes nos protegen. Ustedes vivirán en nuestras casas y nosotros les daremos cariño y protección. Nosotros los amaremos a ustedes y ustedes nos amarán a nosotros. Después de esa notable y afortunada simbiosis, los humanos se dieron cuenta que podían hacerlo con otros animales. Y ahora aquí estamos, con vacas, caballos, pájaros y siga usted contando. Y eso no fue todo, si era fácil hacer que los animales se adaptaran a nosotros, por qué no las plantas. En pocas palabras, los lobos ahora canes son en realidad la causa del desarrollo de los humanos. De la evolución de esa clase de lobos nació Clavel para que viviéramos la millonésima parte de un parpadeo en un tiempo y en un espacio compartido en la inmensidad del cosmos.

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Así pasaron los seis años de primaria. Cuando me fui a la secundaria y a la preparatoria ya le era imposible ir hasta el Colegio Palmore, así que decidió quedarse en casa. Debemos reconocer los tiempos en los cuales vivimos: no había tanta atención hacia las mascotas. Nada de perrihijos o gatijos. Los humanos eran humanos y los perros, perros. La atención veterinaria era cuando se enfermaban y alguien del vecindario decía que sabía de medicina animal. Los presentábamos cuando llegaban los brigadistas para vacunarlos contra la rabia, los bañábamos de vez en cuando, pero eso sí cuidábamos mucho su higiene personal para que no fuera a contagiarse de garrapatas. Eran los guardianes, normalmente vivían en el patio y eran la alarma contra robos, incendios, desastres o simplemente si un noctámbulo paseante pasaba frente a nuestra casa. Comían lo que comíamos nosotros. Aclaro, no sobras, sino compartíamos el pan y la sal. Si había carne asada, el perro se daba mejor banquete que el invitado especial. Al Clavel le tocó vivir mi metamorfosis de niño a adolescente. Yo lo pensaba inmortal porque siempre había estado ahí. Si salía a jugar era mi espectador número uno. Y aquí viene la desgracia de los caninos. Viven demasiado poco. Un humano tiene una esperanza de vida de 75 años, pero un perro es entre diez o quince primaveras dependiendo de su raza, estatura, complexión, cuidados, alimentación, cariño, amor, dedicación. Así que tenemos la oportunidad de tener solo unos ocho o diez de ellos.

Esta historia continuará…