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Tú serás… mi última mascota: Último capítulo

Rafael Soto Baylón
“Cuanto más conozco a las personas más quiero a mi perro”
-Lord Byron
Después de Clavel hubo más perritos en mi vida. Casi todos se están preparando para recibirme, pero aún me quedan algunos… es decir, todavía soy responsable de tres perritas.

Y es que mis hijos heredaron el gusto por las mascotas. Mi hija tenía la debilidad de que perrito que se encontraba desvalido en la calle, perro que se llevaba a la casa. Nuestro hogar era de dimensiones modestas, no aptos para albergar tanto perro, así que, su destino era la casa de su abuela, que vivía en una granja con un patio bastante grande para que lo animales corretearan, jugaran y todo lo demás. Con tal afición, llegamos a tener muchos perros. Hasta que le puse un hasta aquí. O mantenía a la familia o a los canes. Por ahí pasaron Oso, Caty, Toto, Cafecito, Wanda, Chole, Cha, Kay, Niky, Mel y uno que tal vez sea el perro con el nombre más largo, bautizada por mi descendiente femenina, “Ciento un Dálmatas la noche de las narices bien pero bien frías”. Así lo bautizó, pero le decíamos Ciento.

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También el primer perro que fue criado dentro de casa; el Foo. Fue un animal sui generis, porque tenía y disfrutaba de su propia alberca. Tenía el vicio de jugar con la pelota. Pero él elegía quién debería lanzarla. Y si lo engañaba una o dos veces, no caía a la tercera y ya no iba por ella. El título de estos escritos es para señalar que actualmente –en la granja de un amigo- cuido, doy mantenimiento, agua, comida y paseos a dos perritas (era tres) que técnicamente no son mías porque o llegaron solas o desalmados seudo amos las dejaron frente a la casa de la abuela de Ale, y ahí ni modo de dejarlas morir de hambre y sed. Finalmente terminamos por adoptarlas. La otra es una herencia también de mi hija.

Se llama Mila. Ella la adoptó, pero después debió cambiar de domicilio –mi hija, no la perra- y me la heredó. Solo porque dios es grande no nació aquí, pero desde el mes y mediode edad ha vivido en mi domicilio. Aquí la cuidamos, aliviamos sus enfermedades, la vacunamos, la paseamos y le concedemos todos sus deseos. Mila y yo mantenemos una relación muy extensa. Ella y yo nos conectamos telepáticamente y yo hablo lo que ella me envía por medio de su mente. Y dice “mi humano –yo- me trata como perra, me da comida de perra, me habla como perra” y también su mamá dice ella, “le daba vida de perra”. Entablamos conversaciones sobre ciencia, política, filosofía y cantamos juntos.

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Ella será mi última mascota por las siguientes razones: un perrito, dependiendo de su raza y ciertas condiciones personales- vive entre diez y quince años. Posiblemente más. Mila tiene seis años. Es decir, le quedan unos diez más de vida. Si no es que más. Cuando fallezca no seré tan irresponsable porque no creo o bien vivir otros quince años o bien si no puedo conmigo mismo menos lo haré con un animalito a mi cargo. Ella piensa que es mejor que ella muera y que al poco tiempo yo la alcance porque dice que soy un buen amo “el mejor de los humanos” a su animal entender. Pero en fin, la cuido, la quiero, la respeto, la protejo de tal manera que sea una “bestia peluda feliz”.

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Finalmente, ella será mi última mascota. Y dicen que la primera –en este caso Clavel- y Mila, estarán en el camino que conduce a la eternidad para guiarme y cuidarme en ese momento, ni antes ni después. Claro, lo acompañarán los otros canes, pero aquellos tendrán el privilegio de haber sido el primero y la última. Pondré un cartel frente a mi casa “No acepto mascotas”.