Por: Lourdes Díaz López
Imagine usted estar descansando en su habitación y que una pipa de agua a una velocidad de 260 kilómetros por hora, a media noche se estrelle en sus ventanas y paredes de tablaroca, muros de yeso y cartón, sin ladrillos y además del golpe le inunde la habitación y permanezca bajo esa presión y a obscuras por más de cinco horas entre el agua, escombros y múltiples descargas eléctricas. Luego después de milagrosamente sobrevivir a ese accidente y creer superada la pesadilla, vivir una segunda prueba de supervivencia con los delincuentes que habrá que sortear en el trayecto de regreso a casa. Pasar 48 horas inundado de agua, pero sin agua para beber. Así fue como miles de personas vivimos el huracán Otis de Acapulco.
La parte buena y humana de este desastre la encontramos en las personas de empresas que se organizaron para rescatarnos de ahí, en los empleados del hotel Princess que sin plan de contingencia y con lo que su buena voluntad y lógica les permitió alimentarnos con lo que a su alcance estuvo, porque nunca llegó ayuda de ningún gobierno y de ningún tipo, ni médica ni de rescate. A las 5:00 a.m. del miércoles 25, un día después de la tragedia, acudió una persona de Gobernación, presentándose como Gobierno Federal a buscar solo a americanos para sacarlos y avisarnos que buscáramos salir por nuestros medios porque nadie nos apoyaría y a recomendarnos cómo salir bien librados de la rapiña que había en la calle.
Quienes estábamos ahí por trabajo y asistiendo por medio de alguna empresa, fuimos afortunados porque respondieron por nosotros y actuaron para rescatarnos, quienes estaban ahí de turismo, su pesadilla continúa y peor aún, quien vive en Acapulco. La empresa TBSeK, que estaba ahí para la Convención Minera, un día después de la tragedia nos prestó su señal satelital para que pudiéramos comunicarnos con nuestras familias, un minuto a cada uno de los sobrevivientes hospedados en el hotel Princess.
Llegamos a Acapulco el 22 de octubre para preparar nuestra participación en la Magna Convención Internacional de Minería, edición XXXV en Acapulco. Éramos uno de los más de mil stand de empresas que estaríamos en la exposición. En la empresa para la que trabajo, Alamos Gold, también teníamos participación con una conferencia y un póster con el tema del Derecho Humano a los Servicios de Salud y Acceso al Agua Potable. Derechos que muy pronto viviríamos violentados.
Tan solo para esta convención habíamos más de 10 mil personas en Acapulco, entre expositores, socios de la Asociación de Ingenieros en Minas, Geólogos y Metalurgistas de México (AIMGMM) y asistentes. La ocupación hotelera estaba al 100% entre turistas y personas que acudían a este evento de negocios. Hubo quien al no alcanzar hotel se hospedaron en Airbnb. Este modelo de renta de casas o departamentos.
Toda la preparación previa de las más de mil empresas que proveen al sector minero era impresionante, pues todos buscan vender y posicionar su marca, pero también participan los Gobiernos de los Estados mineros, como Chihuahua, Sonora, Zacatecas y otros, además de organizaciones como WIM y otras.
A las 20:00 horas del martes 24 de octubre, después de días de logística para arrancar el tan esperado evento que se hace cada dos años en Acapulco llegó y fue inaugurada la convención ante la presencia de autoridades como el Secretario de Gobernación de Guerrero, que acudió en representación de la Gobernadora Evelyn Salgado, quien canceló de último momento su asistencia, como lo hicieron otros gobernadores de estados mineros, a excepción de David Monreal, Gobernador de Zacatecas. Los honores a la bandera estuvieron a cargo del Ejército Mexicano.
Posterior a la inauguración se hizo un recorrido de autoridades y organizadores de la AIMGMM y el presidente de la Cámara Minera de México (CAMIMEX) por la parte de exposición de los stand. La lluvia ya había empezado. Se nos informó que sería tormenta y que el huracán tocaría tierra a las 6:00 a.m. pero que pasaría por un costado de la ciudad de Acapulco. Sin embargo, a las 10:00 p.m. el aire con lluvia dio señales de que podría ser algo peor, por lo que todos empezamos a recoger nuestras cosas del área expositora para irnos a nuestros hoteles.
Cerca de las 11 de la noche, mi compañero Luis Carlos y yo, arribamos al hotel Princess Diamante al octavo y séptimo piso respectivamente. Íbamos un grupo de 34 personas y solo él y yo no habíamos regresado al hotel porque el resto, salió de la inauguración directo a una cena que ofreció una empresa proveedora a las 20:00 horas, en un salón de la planta baja del mismo hotel Princess. Cuando Luis y yo llegamos, en los siguientes minutos empezó el aire a desprender paredes.
Desde mi habitación en el séptimo piso y ya en pijama envié un mensaje de WhatsApp al grupo de asistentes preguntando qué se hacía en esos casos porque el edificio se movía y se sentía como si en cualquier momento fuera a caer. Ellos bromearon hasta enviando una foto “vente a la fiesta, acá ni se siente nada”, que con la música y en planta baja, realmente no lo habían dimensionado hasta que el aire les desprendió techo y paredes evacuaron y suspendieron la fiesta. Por fortuna, solo necesitaron cambiar de un salón a otro salón unos cuantos metros.
El hotel Princess Diamante, es un complejo de tres torres con más de mil habitaciones, varias albercas, restaurantes y salones. Hotel cinco estrellas que bastó menos de una noche para terminar convertido en escombros, pues solo la estructura principal de los edificios es concreto y acero, el resto, las paredes que dividían de una habitación a otra, incluidas las que daban vista al mar o a un enorme campo de golf con el que cuenta, eran tablaroca y vidrio que con los vientos de 260 kilómetros por hora que alcanzó el huracán, más la humedad de la lluvia y la del mar a la orilla del hotel, fue suficiente para arrasar con todas sus paredes.

Algunos huéspedes la pasaron en el salón Exhibit de la planta baja, otros en el un túnel de 600 metros lineales en el sótano que llevaba el ducto del clima de los edificios, otros en los baños y cocina del subterráneo de una de las torres, pero algunos otros y quienes experimentaron la peor pesadilla, quienes se quedaron en sus habitaciones.
Mi compañero Luis, en el octavo piso, descalzo y en pijama abrió su puerta para indagar si habría forma de salir de ahí, se le cerró la puerta sin poder volver a entrar, así que vio el infierno de la destrucción en un rincón del pasillo del octavo piso. En los 15 minutos en los que parece que se calma el huracán porque se está en el ojo del huracán, él aprovechó para ir a planta baja. De su habitación no quedó NADA. Ni paredes ni muebles, ni tampoco sus pertenencias, todo se lo llevo el viento.
La comunicación y la energía eléctrica se había ido. Era oscuridad total. Yo inicialmente no intenté salir de mi habitación porque había un recado debajo de mi puerta que decía que en caso de que nos sintiéramos en riesgo, estaría habilitado el salón Exhibit para resguardarnos. Sin embargo, no traía un plano y el complejo hotelero era enorme, no supe dónde quedaba ese salón. Cuando recién entré en mi habitación llamé a recepción para preguntar y me indicaron que me quedara en el baño porque ya era demasiado peligroso salir.
Me intenté resguardar en el clóset pero ya estaba inundado. Entonces opté por el baño. Tomé la botella de agua que quedaba en el cuarto, mi computadora y dos celulares que traía, uno de ellos lo usé de foco porque ya la luz se había ido. Se escuchaba como caían paredes y techos, por debajo de mi puerta veía descargas eléctricas y ya inundado mi cuarto sentía que en cualquier momento me llegaría alguna.
En esos minutos en que tuvo calma por estar, literal, en el ojo del huracán, abrí mi puerta y grité por el pasillo si había alguien, una mujer frente a mi habitación abrió y dijo que era demasiado riesgo salir que ella ya no tenía paredes ni baño, que estaba en su clóset, que esperáramos a que bajaran las descargas eléctricas. El pasillo ya estaba lleno de escombros y era casi imposible circular por ahí. En eso retomó el aire, y nos volvimos a refugiar. El vidrio del fondo del pasillo reventó y sirvió para que el mismo viento sacara un poco del escombro y agua.
Alrededor de las 12:30, se sintió temblar, además el viento y la lluvia, ya no dudé que el edificio caería. Sentí que era cuestión de minutos. Así que hablé a casa con la intención de despedirme. Estaba muy mareada por los movimientos, llamé a mi esposo, quien no percibió la gravedad del momento que yo vivía, pues no hablé con tono de pánico ni de alarma, entonces sentí más efectivo redactar un mensaje de despedida y colgué. Sabía que, si estábamos sin luz, en cualquier momento sería también sin comunicación.
Esas horas en un baño a media luz y con todo lo auditivo del desastre, alcancé a recapitular mi vida, sin pánico, me entró una sensación de aceptación y resignación de que era mi momento de muerte. Tuve mi conversación con Dios, reconociendo mis aciertos y fracasos que me dio en la encomienda de la vida y me dije lista para su voluntad. Mi único pendiente era mi hija de 8 años que se la encargué mediante un mensaje a su hermana de 20 años, para la figura materna que seguramente le haría falta, porque en lo demás, sentí la confianza en que su papá le atendería bien. Pronto me quedé sin señal de teléfono.
Casi tres horas después me entró un mensaje por MSN de un amigo con experiencia en huracanes en el que decía “habrá un momento de calma, dura entre 15 y 20 minutos, debes usar ese tiempo para ir al refugio, tu habitación no es segura”, enterándome que había señal por esa vía, envié un mensaje a mi compañero Luis Carlos a quien no le entraron WhatsApp ni llamadas, “¿te animas a correr al refugio, nos vemos en la escaleras?”, porque no me atreví a hacerlo sola, ni siquiera sabía dónde estaban las escaleras. Tampoco si había obstrucciones que yo sola no pudiera mover. Me respondió “acá estamos todos ya, vente por las escaleras de emergencia, están al fondo del pasillo”.
Mi habitación seguía entera, salvo un hueco en el baño que tapé con almohadas, una cobija y un bote. Cuando abrí la puerta, no daba crédito del nivel de destrucción, TODO era escombros, excepto mi habitación, grité si había alguien, la huésped de enfrente seguía ahí entre los escombros, salvada por su closet, otra huésped de enseguida de mi cuarto, también salvada por su clóset y de entre los escombros salió, del resto de sus cuartos no quedó nada, todo el piso siete era una escena de terror.
Bajamos los siete pisos con luz de celular, el piso seis estaba peor, y parecía que conforme bajábamos la escena iba empeorando. Finalmente llegamos a un sótano donde se refugió la mayoría. Cada quien empezó a buscar a sus acompañantes del viaje. Me encontré con Luis y algunos compañeros, pero pasadas las horas y nos faltaban seis. Llegaron dos bomeros, solo a levantar lista de personas desaparecidas, no a hacer búsqueda de personas, era evidente que el gobierno de la ciudad, estaba totalmente rebasado en su capacidad para atender este suceso. Pronto se fueron.
No llegó ayuda médica ni de búsqueda de personas, tampoco nos llevaron nada, ni agua ni comida. El personal del hotel, empleados de cocina, de limpieza y recepción, se organizaron para racionar la comida que tenían reservada para un evento que los mineros tenían programado para miércoles. Pronto los huéspedes de otros hoteles cercanos se enteraron que en el Princess había comida y vinieron. Aún así nos dieron comida a todos. Sin embargo, no tuvimos agua.
Con la luz del día se fueron encontrando a las personas que por fortuna aparecieron todas las de nuestro grupo, porque estoy segura que muchas siguen desaparecidas ante el tamaño de la devastación. Hubo un intento por rescatar pertenencias, subimos y bajamos pisos a ver qué encontrábamos de entre los escombros, pero sin mucho éxito. Pasamos todo el miércoles escuchando historias de cómo cada quien logró salvarse. Cientos de personas improvisamos un espacio y acarreamos lo que se pudo para dormir ahí en un refugio improvisado.
Los dilemas llegaron. Empezó la AIMGMM y el Gobierno del Estado de Sonora a levantar una lista prioritaria para ver cómo sacar personas, “ancianos, gente herida y niños”. Yo no cabía en ninguna de esas listas prioritarias. Al siguiente día, jueves 26 saldrían los primeros. Mi jefe, el Dr. Chávez decidió hacer su propia gestión para los trabajadores de Alamos Gold, pues había personas en su equipo, que no cabíamos en ninguna de esas características, “dejarte aquí es matarte, es una sentencia de muerte” de manera que decidió esperar a generar criterios donde nos pudiera rescatar a todos los de su equipo y envió a una sola persona de rait a la Ciudad de México a buscar transporte, en uno de los escasos vehículos pick up 4X4 que había ahí, pues la mayoría íbamos en avión. Quienes llevaban autos de lujo, ni siquiera encendieron, terminaron arrastrados y volcados atorados en la recepción del hotel, sin vidrios.
Hasta ese momento yo no me había quejado de nada ni había llorado. No sentí que tuviera cara de quejarme, mi habitación quedó intacta, me atrevo a decir que la única sin daños más que la inundación y yo sin un rasguño, pero, ver a una mujer con dos niños y su madre herida, turista, extranjera (no americana), completamente desprotegida “sin empresa que la sacara de ahí”, me dio la cruda moral de verme a salvo y tanta gente que no lo estaría. Ya con transporte llegamos a otro hotel por más compañeros. Nos sobraron unos lugares porque ya se habían ido algunos de rait, así que se cedieron a una familia con tres niños y pude reivindicar un poco mi crisis moral.
El panorama de la salida, fue una escena profundamente inhumana. En medio de la destrucción, la descontrolada rapiña de todas las tiendas, familias con sus niños cargando refrigeradores, sillones, cervezas, etc. No era la comida por lo que iban. La noche previa, médicos cobrando todo lo que los heridos trajeran en efectivo para atenderles, ante la ausencia de un plan de atención oficial por el desastre. Lo mejor y lo peor del ser humano, se vivió.
La escena donde presidentes de empresas y empleados de todo nivel nos formamos en la misma fila por un pedazo de pan y todos fuimos amables con todos dentro de ese hotel Princess, donde nos apoyamos con la misma vulnerabilidad para sobrevivir, es la imagen que quiero guardar y no amargar mi espíritu ante lo infrahumano y trágico que vimos al salir de ese hotel por las calles de Acapulco con la devastadora rapiña y delincuencia por un litro de gasolina. Del gobierno, no esperar nada. Nunca nos ayudó.

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