Fue ayer
Manuel Soto Acosta
Como consecuencia de las recientes lluvias, ustedes no lo creerán, pero en esta ciudad sí aparece uno que otro bache. Pues bien hace unos días, a eso de los diez de la noche, transitaba por la Avenida Teófilo Borunda, cuando de pronto una de las llantas delanteras cayó en un hoyo bastante grande. El neumático se desinfló en un segundo. Me estacioné y me dispuse a utilizar el de repuesto. La verdad tenía más de veinte años que no cambiaba una llanta. No sabía ni dónde estaba el gato pero lo encontré. Sufrí, debo reconocerlo, para sacarlo debajo del asiento. Bajé el neumático de refacción y me dispuse a aflojar los birlos con una pequeñísima llave L. Pero mis intentos fueron inútiles. Entonces decidí llamar a la aseguradora -tiene también este servicio- y cuando estaba en línea se detuvo a mi lado un vehículo y el tripulante me preguntó si necesitaba ayuda. Tal vez en otro tiempo le hubiese dicho que no, que yo me las arreglaría solo. Pero acepté. Se aparcó frente a mi coche y me llevé la sorpresa de mi vida. La persona descendió de su automóvil ¡con muletas! Debo reconocer que pensé “caramba, este tipo está para que lo ayuden y no ayudar” pero le pregunté si traía una llave de cruz. Me dijo que no, se hincó frente a la llanta averiada, quitó un tapón de una de sus muletas, la introdujo en la llave L. Hizo una palanca y con la mayor facilidad del mundo aflojó los birlos. Le agradecí su auxilio, pero me preguntó “¿sabes utilizar el gato” “sinceramente no tengo la menor idea de cómo hacerlo”. Y para no hacer el cuento largo él quitó la llanta inservible, colocó la de emergencias, apretó los birlos, quitó el gato… hizo todo el trabajo pues.
Esto me movió el mundo. Las personas con discapacidad, con capacidades diferentes o como quieran llamarles suelen ser discriminadas. Pero a raíz de esta experiencia estoy convencido de que deberíamos reconsiderar las definiciones que de ellas tenemos. En ese momento, a esa hora, con esa pertinaz lluvia el discapacitado era yo y no él.