Rafael Soto Baylón

Después de la tragedia del sumergible es tema de conversación. Y la pregunta recurrente es “¿Abordarías ese u otro artefacto para visitar la tumba llamada Titanic?”.

No he sido un viajero frecuentísimo. Tampoco me agrada dormir en casas de habitantes de una perdida población enclavada en los bosques. He dormido en hoteles cueva, sin embargo. Tampoco son muy afecto a caminar por las selvas. Sí, me gustan las comodidades de los hoteles cinco estrellas, resort o boutique. De diamantes para arriba. Pero sí he tomado algunos pequeños riesgos.

En el 2011 me invitaron -de último momento- a subirme a un globo aerostático. Apenas me dijeron y ya estaba montando la canasta. Fue una experiencia extraordinaria. La libertad de volar a donde te lleve el viento, el silencio que se escucha cuando los quemadores están apagados, oír –extrañamente- sólo el ladrido de los perros, el asomarse de un habitáculo a… al abismo, el viento golpeando la caja de mimbre, la vista espectacular, pero tiene su precio. Cuando los aires nos llevaron rumbo a Villa Aldama –me sigue gustando el nombre, perdón- llegó una ráfaga que hizo inclinar a la canastilla noventa grados. Luego el mismo globo nos jaló hacia abajo, cuando tocamos tierra los mezquites, piedras, tierra, maleza, chocaron con nuestros cuerpos y, dado mi lugar en la nave, a mí en cabeza y cara. Ese arrastre fue por unos 30 metros. Cuando se detuvo el piloto cerró las llaves de gas y apagó las llamas. Nos preguntó cómo estábamos y nos levantamos revolcados diciendo que bien. Pregúntenme por favor si me volvería a subir.

Ya había tenido otras aventuras. En Cancún se tiene la oportunidad de disfrutar desde el aire en un paracaídas atado a una lancha la maravilla de las transparentes aguas del Caribe. Antes te podían el arnés, la lancha te jalaba a ti y al parachoques, corrías por la playa y después a volar. Recuerdo que la primera vez recordé las palabras del filósofo George Berkeley cuando decía “es suficiente ver la naturaleza para percatarse de la existencia de dios”. Al año siguiente una niña de diez años, ya para terminar el viaje, desobedeció las instrucciones, se hizo hacia adelante y cayó en el patio de un hotel. Y entonces prohibieron ascensos y descensos desde la playa y todo se hace desde la embarcación. Pregúntenme por favor si me volvería a subir.

En Los Cabos abordé una pequeña nave aérea que le decían “el mosquito”. Era un biplaza con un piloto y un pasajero. Tenía un motor de VW y de ahí el sobrenombre. Qué puedo decir, que tu vida dependa del alma de un vocho 1600 cc pues… Cuando disponíamos pasear por las playas en cuadrimotos los tours se suspendieron porque dos horas antes, a un grupo de turistas que manejaban despreocupadamente los sorprendió una ola y se llevó a dos de ellos. Los arrastró al mar, los lijó con arena y los devolvió a  tierra firme.

En Las Vegas hay o había un hotel interesante “Stratosphere Casino, Hotel and Tower”. Y digo había porque vas un año a donde lo que llevas allá se queda, vuelves en diez meses y ese hotel ya no está, es otro, ese atractivo ya lo cambiaron. En fin… en la parte alta, muy alta por cierto, había juegos. Trenecito, un aparato que te subía y te dejaba caer pero el más interesante era una especie de sillitas voladoras. Hasta aquí no había problema. Te amarraban con un cinturón de seguridad y te agarrabas de unos tubos. Cuando empezaba a dar vueltas un brazo lo dirigía al vacío y si sientes vértigo mejor no veas hacia abajo. Pregúntenme por favor si me volvería a subir.

Otras actividades extremas. En la Ciudad de México me he subido a taxis piratas, a las famosas peseras, al metro en horas pico. He ido al Estadio Azteca en el tren ligero. He caminado por la Merced y por Tepito. He visitado la Basílica y no me he dejado estafar. He abordado camiones urbanos en Chihuahua y Ciudad Juárez y me han revisado en los anticonstitucionales retenes militares y policías estatales. Y he salido vivo.

Lo que no me atrae, y no por pánico, es el bongee.

Y la respuesta a “Pregúntenme por favor si me volvería a subir” la respuesta siempre es sí. Y visitaría el Titanic, solo me asustan los 250 mil dólares. Mal haya quien dijo miedo, si para morir nací.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *