La Odisea de Inyectarse
Rafael Soto Baylón
Hace 18 años me instalaron en mi sufrido corazón -que no conoce penas de amor- una válvula mecánica. Y desde entonces debo tomar anticoagulante; esta es una sustancia endógena o exógena que interfiere o inhibe la coagulación de la sangre, creando un estado antitrombótico o prohemorrágico. Más claro ni el agua.
Dicen los especialistas que debemos visitar al dentista al menos dos veces al año. Yo por eso asisto sólo cuando una pieza dental empieza a dar molestias. Es para no saturar los consultorios, no por irresponsable.
Pues bien, me tocó programar la cita, ver al odontólogo, me revisó, me indicó con toda claridad qué había de opciones y todo lo demás. “Sufrirá pequeñas molestias” eso dicen todos los galenos y las galenas.
Consulté a mi médico de cabecera, el cardiólogo Jesús Zavala. Como ya lo esperaba, me prescribió no tomar el anticoagulante por cuatro días antes del procedimiento y cuatro días –aplazadas- cuatro inyecciones del anexopirina.
Hace seis años me operaron del hombro, el famoso manguito rotador. Me dijo que me administrara cuatro inyecciones del medicamento mencionado. Fui a la farmacia, lo pedí en mostrar, pasé a la caja a pagar y me dijeron “Son tres mil pesos”. “¿Tres mil pesos? Si nada más quiero cuatro, no todo el lote”. “Cuesta 750 pesos cada una” me explicaron. Resignado, liquidé la cuenta y cumplí con lo prescrito.
Ahora visité, con conocimiento de causa, la farmacia. Claro, ya no cuesta esa cantidad, sino 1,280 fortalecidos pesos frente al dólar, cada una y hagan ustedes la cuenta. El trabajo dental fue el lunes próximo pasado con el doctor Erick Loera Ramírez. Debería ir a que me inyectaran la primera toma el jueves pasado. Concurrí con un médico de las farmacias similares, me la administraron y todo bien. La siguiente correspondió el domingo. Ahí empezó el martirio. Los médicos de tales farmacias casi no trabajan esos días. Fui a un consultorio, cerrado, a otro, y a otro, y a otro y a otro y todos en descanso. Por mi casa está un centro de la Cruz Roja. Aunque ya presentía el resultado les solicité el servicio. “¿Trae receta médica?” “No, es que mi médico me lo dijo por mensaje porque…”. “Pues no, sin orden nos lo tienen prohibido. Ni aunque fueran vitaminas” remató. Esta política tiene razón de ser: evitar que las personas se auto mediquen. “¿Puede un médico de aquí recetármelo si le explico las razones?” “Posiblemente, pero no hay ninguno en este momento”. Mmmmm…
Y ahora “¿quién podrá suministrármela?” Me pregunté a mi mismo. Busqué otros médicos, pero el día inhábil obligaba a un merecido descanso. Con el órgano de naturaleza muscular, común a todos los vertebrados y a muchos invertebrados, que actúa como impulsor de la sangre y que en el ser humano está situado en la cavidad torácica (RAE) en la mano, conduje a Pensiones Civiles del Estado. En recepción me preguntaron por la receta. Expliqué el asunto. Me inquirieron si no conocía a alguna enfermera o a alguien que supiera administrarla. No, pues no. “¿Es derecho habiente?” Sí, desde hace muchísimos años. ¿Número de afiliación?” Tal. Nombre completo, tal. “Voy a pasarlo con un doctor, a ver si lo atiende” me dijo con una franca sonrisa. Me dieron un número. A los pocos minutos me llamaron para consulta. Le expliqué al especialista la razón de la exonapirina. Volví a explicar causas y motivos. Y sin mayor preámbulo ahí mismo me picotearon.
Ya en camino casa pensé “qué difícil es a veces solucionar un problema pequeño”. No eran drogas controladas. Ni modo que yo me la hubiera auto medicado. En fin, bien por mi cardiólogo, excelente profesionista y mejor amigo. Bien por el dentista, muy fina persona con un trato inigualable a quienes les tenemos terror desde antes de llegar al consultorio. Mal por los representantes del doctor Simi, tal vez por eso el subsecretario Hugo López-Gatell los critica. Muy comprensivos los empleados de Pensiones. En fin, sin tomar en cuenta las vueltas que di por aquí y por allá –pero no por el más allá- todo salió bien. Con el odontólogo el dolor fue insoportable. No es cierto. Lo único que sentí fueron las inyecciones de anestesia.