Los intercambios de regalos
Rafael Soto Baylón
Así como las tradicionales posadas con sus piñatas, dulces, juguetes, cánticos (“en el nombre de cieeeeeloooo”), ponches con poco o mucho piquete y señores y señoras “de antes” recordando con nostalgia, con su jarro en mano, que las fiestas decembrinas ya no son como en los buenos tiempos, casi de manera imperceptible, se ha colado una nueva costumbre: el intercambio de regalos.
No existe oficina pública (federal, municipal o estatal) o privada (nacional, trasnacional o mixta), grupo de amigos, de compañeros, de familiares, de club, de asociación o de cualquier grupo que se respete, en la que no surja aquella o aquel entusiasta compañero enfundado en un invisible traje navideño, que no proponga, con la solemnidad del momento, “¡vamos a organizar un intercambio de regalos!” Y ahí empieza la pesadilla.
Y digo inicia porque si alguien traía ganas de entregarle un bonito obsequio a la secretaria del licenciado, o a la recepcionista del ingeniero, o a la encargada de relaciones públicas del director; o en su caso al licenciado, al ingeniero o al flamante gerente o a alguno de sus cercanos o lejanos colaboradores o familiares, sus malsanos o buenos deseos se verán truncados porque en el sorteo les tocará el jefe más antipático que Mac Pato o al recién estrenado pero desconocido delegado de una dependencia gubernamental. Le corresponderá comprarle obsequio al conserje de la otra oficina o a la jefa de intendencia con sus trámites de jubilación autorizados. Pero decía, es apenas el comienzo. ¿Qué regalarle a la más desconocida de las personas? ¿o al jefe (o jefa)? …Y que no pase de cien, doscientos o trescientos pesos según el acuerdo previo. Pero además, debe ser entregado con un fuerte abrazo deseándole toda clase de parabienes para esta navidad y un próspero año nuevo. Si bien nos va –la probabilidad es de 0.05%- haremos lo mismo con el guapo o buena muchacha recién contratados, pero lo mejor es no soñar.
No lo es todo. Ya nos tocó regalarle a quien o nos cae mal, o es el patrón, o una persona que no la reconoce ni dios padre o a aquella que nos es inclusive. Ya compramos el regalo sufriendo horrores para no pasarnos un centavo de los cien pesos incluyendo el impuesto al valor agregado, ya le dimos el presente y el consabido abrazo y a veces beso (unos renuentes y otros forzados de una u otra parte) para sufrir el siguiente paso: ¿qué nos regalaron a nosotros y a los otros? Fácil adivinarlo: un perfume de marca (buena suerte) pero de mujer (porque el destinatario es hombre) o viceversa (con las prisas qué nos vamos a fijar si dice “pour homme” o “ pour femme”); una rasuradora muy moderna para una dama (no nos fijamos que Socorro era Socorrito, conocida dama foto copista de tupido bigote); un depilador de piernas para Guadalupe, Lupillo, el anda ve y dile y de raras costumbres o como se dice ahora, sexualmente alternativo; un teléfono celular tipo ladrillo con la batería baja y sin cargador (los intercambios sirven también para deshacernos de cosas inútiles); nos regalaron el regalo que les regalaron el año pasado el cual es recomendable ni siquiera abrirlo y cuyo contenido es más oscuro que el pasado de ciertos políticos (es mejor guardarlo para el próximo diciembre). En fin, concluido el festejo prenavideño salimos con una amplia sonrisa de la oficina o del restaurante –según sea el caso- con una caja bajo el brazo envuelta con papel con campanitas o flores de noche buena semi destrozada, risita que desaparece apenas damos vuelta a la esquina o cuando nos subimos al carro. A mí me han regalado en varias ocasiones juegos de plumas –por aquello de que soy escritor y creen que escribo con bolígrafo-, una cafetera –jamás he tomado café- unas cosas que sirven para calentar chocolate, frutas o no sé qué más. También he recibido con sonrisas agendas de papel –qué será eso-. Lociones de dudosas marcas –nada de Aramís, mi fragancia favorita-, relojes con apariencia de oro comprado en la calle. Libros Best Seller que no me atrevo aún a hojear o bien libros de Cuauhtémoc Sánchez porque como “ambos son filósofos”. Encendedores exactamente el día que suspendo mi vicio por el cigarro. Llaveros con lucecitas bastante nacas –aunque muy útiles, he de reconocerlo- y hasta unidades USB con música de los ochenta.
Finalmente, me pregunto ¿Quién inventó los intercambios de regalos? La respuesta es obvia, una persona muy poco estimada a quien nadie le regalaba nada y que se le ocurrió para así recibir su obsequio. Todo sea por no perder el espíritu de la navidad, pesar de las crisis económicas.
Una opción si estás organizando intercambio de regalos: organicen una cooperación de quinientos pesos por persona o lo que sea y con lo reunido compren regalos y denlos a algún asilo de ancianos. A un hogar de niños o niñas no, porque en los 364 días del año casi nadie les regala nada, pero en navidad les sobran comida, juguetes, ropa y hasta dinero. Y de los viejitos ni quién se acuerde de ellos. Hagamos el bien sin mirar a quién.
