Morena: entre autoritarismo, imposiciones y el desmoronamiento de su credibilidad
Morena, el partido que prometió transformar el país y desterrar la corrupción, enfrenta hoy un descontento creciente por sus prácticas autoritarias, su falta de transparencia y los escándalos que rodean a sus figuras más prominentes.
Entre estas, destaca la familia Monreal, cuyo actuar no solo contradice los principios del partido, sino que revela la profundidad de las irregularidades que Morena ha permitido en su estructura.
Ricardo Monreal, exlíder del Senado y pieza clave en la política nacional, ha sido señalado repetidamente por su capacidad de acomodarse según la conveniencia política.
Sin embargo, el foco de las críticas ha recaído también en su familia, que ha construido una red de poder y privilegios bajo el cobijo de Morena. En Zacatecas, su hermano David Monreal, gobernador del estado, ha sido incapaz de garantizar seguridad y desarrollo, mientras la violencia y el descontento social crecen de manera alarmante.
Los casos de nepotismo y manejo opaco de recursos públicos manchan aún más su administración, evidenciando que los Monreal no solo actúan al margen de la ética, sino que lo hacen con la complacencia del partido.
Otro ejemplo de esta descomposición es Saúl Monreal, alcalde de Fresnillo, Zacatecas, quien ha estado en el ojo del huracán por su ineficacia para atender los problemas de inseguridad que azotan a uno de los municipios más violentos del país.
Las cifras no mienten: Fresnillo encabeza los índices de percepción de inseguridad en México, mientras el alcalde parece más interesado en promover su imagen personal que en resolver los problemas de sus ciudadanos.
Morena, que llegó al poder denunciando los privilegios de las élites, ha permitido que casos como los de la familia Monreal prosperen, dejando en claro que su discurso contra la corrupción es poco más que una fachada.
Los líderes del partido no solo han sido incapaces de sancionar a los Monreal, sino que han preferido blindarlos, perpetuando el clientelismo y las prácticas que juraron combatir.
En Chihuahua, el impacto de estas políticas se refleja en el deterioro de la confianza ciudadana hacia Morena. Las imposiciones desde el centro, la falta de respeto hacia los liderazgos locales y los escándalos nacionales han generado un rechazo palpable entre los chihuahuenses.
Mientras el partido insiste en defender figuras cuestionables como los Monreal, los ciudadanos observan cómo los problemas de inseguridad, desigualdad y falta de oportunidades no reciben atención real.
Por si fuera poco, la injerencia de los Monreal en diversos estados del país pone en evidencia cómo Morena ha sido secuestrada por intereses personales y familiares.
Lejos de ser un partido de transformación, Morena se ha convertido en un refugio para los mismos vicios que juró erradicar.
El caso de los Monreal es solo uno de los tantos ejemplos que muestran cómo Morena ha permitido que su proyecto se desvirtúe. En lugar de fortalecer la democracia interna y garantizar un gobierno honesto, el partido ha caído en prácticas autoritarias, priorizando intereses particulares sobre el bienestar colectivo.
Mientras Morena siga protegiendo figuras como los Monreal y dejando de lado las necesidades de los ciudadanos, su promesa de transformación quedará reducida a un simple eslogan vacío.
La desilusión hacia el partido no es producto de una “guerra sucia,” como insisten en argumentar, sino del desencanto legítimo de una ciudadanía que esperaba un cambio real y que, en su lugar, ha recibido más de lo mismo, o incluso peor.
La caída de Morena no será por culpa de sus adversarios, sino por su propia corrupción, su autoritarismo y su incapacidad de cumplir con las expectativas que generó.
Los Monreal representan el rostro de un Morena que ha traicionado su esencia y que, si no corrige el rumbo, quedará marcado como el partido que prometió el cambio, pero entregó el fracaso.