Rafael Soto Baylón

Efectivamente, no es el momento de politiquerías, ni de echarle la culpa a estos o a aquellos. Que si ya se gastó el dinero, que si acabó los fideicomisos, que si desde las mañaneras se buscan excusas (desde que se inventaron los pretextos…), que los conservadores tienen la culpa. Nada de eso les sirve a los damnificados de Acapulco y zonas aledañas. Ellos necesitan sustento, dinero, no estupideces.
En la administración 2004-2008 del Sindicato del Personal Académico de la Universidad Autónoma de Chihuahua encabezada por la secretaria general c. p. Margarita Alvídres y un seguro servidor como secretario de organización se presentaron tres desastres naturales: Ciudad Juárez 2006, Tabasco 2007 y Parral 2008. Recién lo ocurrido en Paso del Norte un buen número de agremiados deseábamos ayudar a nuestros coterráneos. La secretaria general, durante una plática con el Secretario de Desarrollo del gobierno del Estado de Chihuahua, Carlos Carrera, se comprometió a que el SPAUACH fuese centro de acopio. Dio fecha para entregar lo recaudado. Cuando me lo comentó le dije no compartir su optimismo de que los compañeros la secundaran porque de los mil quinientos agremiados eran 1,500 maneras distintas de pensar.
Teníamos el mejor sistema de comunicación entre dirigencia sindical y sindicados. Éramos capaces de enviar correos electrónicos a cada uno de los compañeros. Teníamos un programa en Radio Universidad. La Columna Enlace se publicaba semanalmente en El Heraldo de Chihuahua. Hicimos poster invitando a la comunidad magisterial y estudiantil a que llevaran a nuestras oficinas o entregaran a los delegados sindicales sus aportes en especie. En la RU hicimos llegar nuestras voces a través de spots. Los representantes sindicales de cada unidad académica fueron instruidos para comunicar nuestra intención de auxiliar a nuestros paisanos. Que si deseaban hacerlo en efectivo nos respondieran un correo electrónico con su número de empleado y la cantidad a donar y la descontaríamos de su próxima quincena. Pasaron los días y en las oficinas sindicales teníamos dos paquetes de papel higiénico, tres botellas de Cloralex, unos paquetes de jabones y dos o tres envoltorios de toallas sanitarias. Era todo. Pregunté a Jaime Olivas, secretario de finanzas, si en caja de la agrupación teníamos alguna reserva para compras y me dijo que no. El fracaso estaba listo para aplaudirnos. Las críticas destructivas llegaron muy pronto “no tienen capacidad de convocatoria”, “los maestros no van a ayudar”, “ilusos”, en fin pesimismo galopante.
Una noche, a eso de las dos de la mañana, la musa sindical tocó a mi sueño. Desperté con la posible solución en mente, la apunté por aquello de que fuera a olvidarla. Muy temprano hablé con la maestra y le expuse mi plan “Vamos a descontarles 20 pesos a cada docente. Se los haremos saber por todos los medios a nuestro alcance” (en el fondo yo quería que fuesen cien pesos, pero la mesura me ganó). “Pero algunos –dijo la maestra- no van a estar de acuerdo y se nos vendría un gran problema, violaríamos estatutos y contrato colectivo porque les vamos a quitar dinero sin su consentimiento”. Todo tiene solución: “sí, pero les diremos que es voluntario, quien no esté de acuerdo que venga a la oficina. Yo tendré cambio de la caja chica y les haría el reembolso”. Discutimos la naturaleza de ciertos compañeros: fulano y mengana son capaces de venir por sus veinte pesotes. Y llegarán molestos. Pues ni modo, a tomar el riesgo. Yo estaba convencido de que veinte pesos era lo mínimo. Pero la secretaria decía que 10. Ahí estamos discutiendo. Finalmente llegamos a un acuerdo: ni usted ni yo, 15 pesos. Quedamos en los quince pesillos porque pensamos en que era demasiado poco para gastar gasolina y tiempo en ir a reclamarlos. Pero para algunos veinte sí valían la pena.
Llevamos el oficio correspondiente a Rectoría solicitando el descuento en la próxima quincena. El entonces rector nos advirtió de los riesgos: “nosotros nos hacemos responsables” dijimos a una dúo”. Pedimos un préstamo al Sindicato y compramos insumos no perecederos. La entrada de las instalaciones se vieron repletas. Daba gusto. En la fecha acordada dos camiones de Desarrollo Social llegaron a las oficinas y se los llevaron a la mejor frontera de México. Si multiplicamos 1500 por 15 no es una cantidad exorbitante. Pero hablamos de 2006, que las dos trocas de tres toneladas y media iban llenas y sobremanera, con la seguridad de que llegarían a los fronterizos, se entregarían a los más necesitados y nosotros los vimos partir con una sonrisa.
La estrategia de substraer aportaciones del sueldo la repetimos en la inundación de Tabasco en 2007 (lo depositamos al sindicato académico de la universidad tabasqueña) y posteriormente en Parral en 2008 entregamos los insumos en plena plaza principal.
Conclusiones. Primera, yo tenía en mi escritorio algo así como doscientos pesos en morralla. Pero nadie fue a reclamar sus centavos y no hubo quien mostrara desagrado por nuestra “ilegal” acción. Al contrario, recibimos felicitaciones. Segundo, fuimos solidarios con quienes sufrían las inclemencias de la santa madre naturaleza. Por nuestra parte participamos con más de treinta monedas. Tercero creo que las instituciones públicas y privadas (universidades, sindicatos, empresas, asociaciones) pueden tomaros como ejemplo. Es mejor poco que nada. Queremos que Acapulco vuelva a ser Acapulco. Hoy por ellos y mañana… también. No tenemos que esperar nada a cambio.

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