Rafael Soto Baylón


En un curso del Colegio de Profesores de la UACH, el maestro fue un doctor en historia del Colegio de México. Durante un receso platicamos de temas diversos. Una de mis compañeras se declaró feminista y sostuvo que hombres y mujeres “somos iguales”. El instructor dijo no estar de acuerdo con la afirmación y dijo “hombres y mujeres debemos ser iguales ante la ley, pero en lo que se refiere a la naturaleza existen diferencias anatómicas, neurológicas, físicas, pero eso no es todo. Ni siquiera los hombres –como género, somos iguales- porque hay hombres inteligentes y quienes no lo son. También mujeres inteligentes y quienes no lo son. Hombres honestos y quienes no lo son. Mujeres honestas y quienes no lo son”.
Estoy de acuerdo con los comentarios del docente. Ojalá la honradez fuese una característica inherente a la naturaleza femenina. Sin embargo no lo es. Pero vamos por partes. Las diferencias fisiológicas son evidentes y la fuerza física también. Por eso en los deportes se dividen en futbol varonil y femenil. Si fuésemos iguales físicamente hombres y mujeres jugarían en los mismos equipos. No se diga en box u otras competencias de contacto. Ya hay problemas en algunos países porque hombres que se “transforman” en mujeres o se dicen sentirse féminas compiten contra damas y han llegado a golpearlas sin misericordia. En otros deportes, como en el atletismo o el tenis se siguen distinguiendo dos categorías.
En lo académico, en lo moral y en lo político también existen diferencias y similitudes. En las áreas de conocimiento no encuentro diferencias significativas. Varones y damas tienen las mismas potencialidades. En las universidades, por ejemplo, se obtienen categorías tabulares –que se reflejan en los sueldos- sin distinción de sexo. Una mujer puede recibir mayor salario que un hombre por su grado de estudios, cursos, publicaciones, etc. No existe un tabulador para un caballero y otro para una dama. En lo moral según estudios de sexólogos, psicólogos, sociólogos los porcentajes de ambos géneros son casi idénticos en lo que respecta a la fidelidad. La única diferencia significativa es que las señoras son más discretas y cuidadosas en este aspecto. Si hablamos de honradez y rectitud de todo da la viña del señor.
En lo político no estoy de acuerdo en que tantas mujeres “deben” pertenecer al Congreso. Ni ahora con la equidad de género para gubernaturas. Ahora resulta que la mitad de nueve son cuatro y cinco. Considero que las mujeres listas, inteligentes, interesadas en los asuntos públicos, capaces, son las que por sí mismas deben alcanzar esos puestos. Si yo fuese mujer consideraría denigrante que alcanzara una curul –por ejemplo- por mi sexo y no por mi capacidad.
¿A dónde iremos a parar? Aclaro que no soy homofóbico ni estoy en contra de los LGBTQ+ (Lesbiana, Gay, Bisexual, Transgénero, Queer o que se cuestiona) pero que adquieran más derechos que los simples mortales heterosexuales es injusto. Cada quien puede decidir su vida íntima. Eso no debe importarnos a nadie. Pero si las cosas continúan por este camino, ser heterosexual será motivo de discriminación. Y entonces quienes lo somos tendremos que solicitar leyes específicas que nos protejan porque no somos ni mujeres ni LGBTQ+.
Usted sea lo que quiera ser. Mientras no viole la ley. Sea hombre, mujer, LGBTQ+ o lo que quiera y que sus logros sean por usted. No porque los reglamentos lo protejan más que a los demás.

Para muestra unos botones: Golda Meir fue primera ministra de Israel en 1966. No fue porque las leyes de ese país ordenaran que ahora le corresponde el poder a una fémina. Margaret Tatcher tomó el mando en 1979, se le llamó la Dama de Hierro por algo. Y tampoco fue elegida porque la constitución se lo concediera. Nelson Mandela fue presidente de Sudáfrica por méritos propios. Su INE no legisló “ahora corresponderá a una persona que estuvo encarcelada 27 años. Barak Obama, el 44 presidente de Estados Unidos no le tocó por ser negro. Las personas mencionadas ganaron ese puesto por sus propias faldas o pantalones.

En México tendremos una mujer presidenta, porque ni pensar que gane un tal Samuel de apellido García. En el caso Xóchitl ella se mereció la candidatura. En cambio, si hubiese alguien más dócil que Claudia se hubiese ganado el aprecio en las encuestas de Palacio Nacional. Damas, lleguen a donde quieran, pero con merecimientos propios no por razón de sexo

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