Bologna protagonizó una de las gestas más resonantes del fútbol italiano reciente: venció por 1-0 al Milan en el Estadio Olímpico de Roma y se consagró campeón de la Copa Italia, cortando una sequía de 27 años sin títulos y volviendo a conquistar este trofeo tras 51 años de espera. El gol decisivo fue obra de Dan Ndoye, quien capitalizó un rebote tras una jugada colectiva que desarmó a la defensa rossonera.
El equipo dirigido por Vicenzo Italiano mostró una inteligencia táctica admirable. Lejos de replegarse, supo cómo incomodar al Milan desde el inicio, plantándose de igual a igual y adaptándose con solidez a cada tramo del partido. Mientras el cuadro lombardo apostaba por el control del balón, Bologna se apoyaba en una defensa férrea y en la búsqueda de errores rivales para golpear en el momento justo.
Jhon Lucumí fue un baluarte defensivo y el argentino Santi Castro aportó sacrificio y despliegue, consolidando un equipo que priorizó el orden colectivo por encima del brillo individual. La figura de Skorupski, arquero del Bologna, también fue clave: sus atajadas mantuvieron el cero en momentos críticos.
Por el lado del Milan, la reacción fue tardía. El equipo de Sérgio Conceição no encontró los caminos para desequilibrar, a pesar de recurrir a cambios ofensivos como Kyle Walker, Santiago Giménez y João Félix. La ansiedad, los pases imprecisos y la falta de ideas en los últimos metros fueron un obstáculo constante ante un Bologna que, con el marcador a favor, se dedicó a cerrar espacios, ralentizar el juego y resistir con convicción.
La final fue intensa por momentos, trabada por otros, pero en definitiva tuvo un justo vencedor. Bologna no sólo venció a uno de los grandes del país, también derrotó al pasado: rompió su racha sin títulos y volvió a levantar una copa que no tocaba desde 1974. Un triunfo histórico que quedará en la memoria del fútbol italiano.