En la práctica profesional veterinaria, es común que los tutores de mascotas se refieran a ellas no solo como «animales» sino como «perrhijos» o «gathijos». A menudo, estos tutores se enfrentan a críticas de familiares, entrenadores o aficionados que cuestionan esta perspectiva, sorprendidos cuando los profesionales validan su visión. Afirmamos sin reservas que las mascotas son miembros de la familia y nosotros actuamos como sus «padres humanos».

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El antropomorfismo, o la atribución de características humanas a los animales, puede llevar a malentendidos y maltratos involuntarios. Sin embargo, el especismo, que ignora el bienestar animal, resulta aún más perjudicial. La investigación reciente ha demostrado que los perros no tienen una estructura social jerárquica rígida como los lobos, sino una organización más flexible y parecida a la de las familias humanas. Los cachorros, al integrarse en un entorno humano, adaptan sus comportamientos innatos a las normas de su nuevo grupo social.

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Un estudio del Hospital General de Massachusetts ha explorado cómo los cerebros de las mujeres responden a imágenes de sus hijos y perros. Utilizando resonancia magnética funcional, se descubrió que ciertas áreas del cerebro se activan de manera similar al ver a los hijos y a los perros, aunque con algunas diferencias. Las áreas relacionadas con la emoción y la recompensa mostraron una mayor actividad para ambos, pero el reconocimiento facial fue más pronunciado para los perros. Estos hallazgos sugieren que, aunque la conexión emocional con las mascotas es significativa, es algo diferente en comparación con el vínculo materno. A medida que avanza la investigación, es esencial continuar explorando estos patrones y su impacto en la relación humano-animal.